Xi Jinping, China y el quinto punto cardinal

Ricardo Israel

Por: Ricardo Israel - 03/11/2022


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Lo que tuvo lugar en Beijing es la comunicación pública, urbe et orbi, que la República Popular China inicia una nueva etapa, donde se propone no ser un país más, sino la superpotencia número 1 del mundo, y ha decidido trabajar para ello, sin complejos y sin pausa.

Creo que este objetivo tiene hasta fecha: el 1 de octubre del 2049, día en que se cumple el centenario de la República Popular China, la versión moderna del milenario imperio chino, después que los comunistas derrotaran a los nacionalistas en la guerra civil que culminara en 1949.
Pero vamos por parte. El 16 de octubre en la inauguración del XX Congreso del Partido Comunista Chino (PCCH) estuvieron presentes los 2296 delegados oficiales seleccionados para representar a sus 91 millones de miembros, de los cuales 204 fueron electos para el Comité Central, 25 para la Comisión Política, 7 para la Comisión Militar y 7 para el muy poderoso Comité Permanente, con nombres de jerarcas que se repiten en más de un organismo.

China no es una democracia, pero hay política a su interior, es decir, lucha por el poder, selección entre alternativas; conflicto, imposición de autoridad. En este siglo, los Congresos habían seguido un libreto parecido cada quinquenio, con un discurso de inauguración que anticipaba el rumbo que tomaría China en los próximos años, discusiones internas posteriores sin publicidad y una clausura que entregaba los nombres de quienes compartirían la Comisión Permanente y las decisiones estratégicas con el presidente. También el resultado de la competencia interna de las fracciones, y según los nombres anunciados, quienes avanzaban y quienes retrocedían.

Pero este 2022 todo iría a cambiar, ya que en la retina de muchos va a quedar la forma en que Xi Jinping anunciaba su nuevo estatus de poder, a través de un acto a la vez violento, donde mostraba al mundo entero y también a China la nueva forma de ejercerlo al purgar a Hu Jintao y expulsarlo del recinto de reuniones.

Era no solo un cambio en la forma que se ejercía el poder sino también probablemente marcaba una nueva etapa, un antes y un después. Hu no solo lo había precedido ya que fue por una década secretario general del Partido y presidente de China, sino también había representado para Deng una transición hacia dirigentes, entonces de menor edad, en la conducción del país.

No era por lo tanto uno del montón, sino alguien que fue seleccionado para que se le marcara a todos la nueva etapa, aquella donde Xi Jinping declaraba que dos reglas establecidas por Deng pasaban a ser obsoletas, ambas vinculadas a la institucionalización del poder, necesaria según Deng para que no se repitiera algo tan destructivo cono la Revolución Cultural del siglo pasado.

La primera regla era que las posiciones de gran poder como la de la propia presidencia eran solo por dos periodos continuados. La otra era una regla de edad para evitar la repetición de la experiencia de gerontocracia que antecedió a Gorbachov y al fin de la URSS. De esa experiencia histórica, el PCCH aprendió también que, para sobrevivir en el poder, necesitaban legitimarse con progreso económico y consumo, como también que el poder no debía ser compartido con ningún otro grupo político o religioso, y que, por el contrario, el monopolio del partido único debía ser fortalecido, ya que, sin ese cemento, el régimen podría derrumbarse.

Xi Jinping iniciaba un inédito tercer periodo en la cima de poder y era el único que superaba el límite de edad, y con sus 68 años puede quizás pensar en otros quince años, ya que Mao gobernó hasta su muerte a los 83 años, y sin un cargo formal, el propio Deng estuvo en la cúspide hasta su retiro voluntario a los 85.

Xi Jinping pasaba a ser el ciudadano chino con más poder desde Mao, algo anticipado, cuando al igual que Mao su pensamiento había sido incorporado nada menos que a la Constitución, un ascenso a la cima, donde la “lucha contra la corrupción” fue utilizada para neutralizar, y luego, derrotar a sus rivales.

El triunfo político de Xi fue total, ya que en la Comisión Permanente los cuatro nuevos miembros fueron puestos por él, lo que le asegura no tener oposición. Además, nadie del grupo conocido como de “meritocracia tecnocrática”, aquellos que ocupaban cargos más por sus logros que por lealtad ideológica, pudo retener presencia. Tampoco, nadie que dudara que la confrontación fuera buena para China pudo salvarse, por lo que sin duda habrá un mayor verticalismo en los cuadros partidarios, amén de mucha verdad oficial. La humillación de su antecesor fue una forma de comunicar el significado de esta nueva etapa, en la que solo Xi resplandece en la jerarquía.

Mao habría representado la primera fase, y a pesar de sus muchos abusos, es venerado como el fundador de la China moderna, una especie de padre de la patria, La segunda fue la de Deng y la portentosa transformación experimentada por China después de la muerte de Mao y la implementación del acuerdo con Nixon-Kissinger, que mucho contribuyo a su actual poder económico, además que ya culminaron sus 4 modernizaciones, las de agricultura, industria, ciencia- tecnología y defensa-militar.

Ahora China le está comunicando al mundo que en esta nueva etapa busca ser la principal superpotencia del siglo XXl, desplazando a Estados Unidos de ese sitial, tal como lo hiciera USA con Gran Bretaña en el sXX.

Con un agregado, ya que desde un mundo supuestamente en camino a la multipolaridad, repentinamente se regresa a la bipolaridad, y a partir de este Congreso, hay una extrema personalización del poder, reflejado en el sitial de Xi, quien da por superado el paradigma del poder institucionalizado de Deng, por lo que el cambio no es desde o hacia una democracia, sino desde una oligarquía tecnocrática a una autocracia nacionalista, donde hay un mayor control a todo nivel, desde la población en general y su grado de conformidad hasta los propios billonarios chinos, reflejado en el incremento del control del régimen sobre sus grandes empresas tecnológicas.
También es quizás la jubilación política definitiva y no solo por edad, de quienes fueron objeto de escarnio y persecución al interior del propio PCCH por las fuerzas lanzadas contra ellos en la Revolución Cultural, y sin la cual, incluyendo sufrimientos, no se puede entender la historia reciente de China como tampoco la personal de Xi u otros jerarcas de cierta edad.

Por último, clave para entender lo que ha ocurrido, es comprender que el futuro está también en un pasado más bien remoto, y que una fuente importante es no solo la revalorización de la tradición confuciana, sino también el orgullo que representan grandes emperadores, toda vez que así se recoge el hecho que China fue más rica y poderosa que occidente durante buena parte de la historia, aunque fuera dominada en siglos recientes.

Esa historia es reivindicada para esta nueva etapa, ejemplificado por el hecho que parte del “pensamiento” de Xi que lo hizo merecedor del honor de ser incorporado a la constitución, era su valoración del partido como los nuevos mandarines, es decir, la clase burocrática que había hecho funcionar al imperio, sobre la base de su lealtad y conocimientos.
Por cierto, una versión muy arreglada y maquillada, casi de película, pero una versión del pasado para acomodar el futuro que se espera. No es original, pero es la narrativa que emana desde el poder.

En cierto modo, algo que tiene semejanza con la Rusia de Putin, donde el futuro se entiende mejor como una repetición del pasado remoto, y no la del comunismo reciente. En el caso de Rusia en el zarismo y los zares, y en la China que anuncia al mundo Xi, la del imperio, donde su persona aspira a ser visto y reconocido como un nuevo emperador.

¿En resumen, como ver entonces a la China a la que aspira Xi Jinping?
A mi juicio, sin duda alguna, bajo el prisma del nacionalismo, por lo que el marxismo o el capitalismo no son lo más relevante de esta nueva narrativa. Al mismo tiempo, debe verse dentro de un mundo bipolar, aunque en caso alguno es una nueva guerra fría, ya que el poder económico de China la pone en categoría distinta.

La llamada “Trampa de Tucídides”, expresión usada por Graham Allison (2015), ayuda a entender lo que se avecina. Describe lo que pasa cuándo se confrontan el poder en ascenso y el poder dominante, tal como ocurrió con Atenas y Esparta en la antigüedad. Para entender ahora a USA y China, el recorrido de Allison por 16 casos en 5 siglos, muestra el predominio del conflicto, y en los pocos casos donde se hizo en paz, hubo necesidad de muchos y dolorosos ajustes.

¿Existirá en USA la voluntad para uno u otro escenario? No lo sabemos. Por ahora, China parece tener voluntad y claridad, y Xi Jinping parece querer rescatar una idea de Mao, quien decía de país y partido, que, a los cuatro puntos cardinales de norte, sur, este y oeste, China le pedía al Partido Comunista que se transformara en un quinto punto cardinal para unirlos, su centro.
¿Exageración de poeta, tal como Mao aseguraba que él lo era o simple ideología?


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