Por: Mariano Caucino - 11/09/2023
En un escenario dominado por un marcado descenso en las relaciones entre las principales potencias, los resultados de la reunión del G20 en Nueva Delhi (India) arrojaron los modestos frutos que podían esperarse en un contexto caracterizado por la ausencia de cooperación y la excesiva confrontación.
Pese a los esfuerzos de la diplomacia india, la cumbre del G20 mostró las limitaciones que atraviesa el multilateralismo en el presente que nos toca vivir.
La reunión fue presentada, sin embargo, como un logro del liderazgo del premier Narendra Modi. De acuerdo con un informe de Chatham House, la presidencia del G20 implicó para la India la culminación de hitos que incluyeron haber alcanzado el récord del país más poblado del mundo, haber lanzado un artefacto capaz de posarse sobre la Luna y haberse elevado hasta convertirse en la quinta economía global.
El reporte indicaba que India atraviesa un momento histórico que confirma su ascenso a la categoría de “gran potencia global”, en un evento en alguna medida comparable al que vivió China durante los Juegos Olímpicos de 2008.
En tanto, en busca de una agenda inclusiva y no confrontativa, sintetizada en el lema en sánscrito “Vasudhaivi Kutumbakam” -que dio lugar al slogan “One Earth, One Family, One Future” elegido para la cumbre- y pretendiendo ejercer una suerte de vocería del llamado Sur Global, India persiguió sostener una serie de iniciativas para escapar de la creciente polarización. Algunas de ellas incluirían la promoción de la mitigación del cambio climático y el lanzamiento de un fondo multilateral para facilitar mejoras de infraestructuras urbanas sustentables.
Pero la elevación objetiva del rol global de India no pudo revertir las consecuencias de pronto inevitables de las suspicacias y sospechas que rodean los vínculos entre los principales protagonistas del presente. Al punto que el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, admitió al inicio de la cumbre que “si somos una familia, debemos ser una bastante disfuncional”. Palabras que cobraron sentido al comprobarse la ausencia de Xi Jinping y Vladimir Putin, en una falta que deslució el encuentro de las economías más grandes del mundo.
De acuerdo con observadores, la ausencia del jefe del Politburó del Partido Comunista Chino (PCCH) pudo responder a la persistente rivalidad que separa a China e India, -dos naciones que en conjunto reúnen más de un tercio de la población mundial- y que mantienen un ancestral antagonismo en la cada vez más relevante región del Indo-Pacífico.
En tanto, desde que comenzó la guerra en Ucrania, el jefe del Kremlin prácticamente no ha salido de su país, a excepción de algunos desplazamientos a China y a algunas naciones de Asia Central. Al punto que, hace pocas semanas evadió la cumbre de los BRICS en Johannesburgo, limitando su participación a una mera presentación por teleconferencia.
Pero lo cierto es que la ausencia de dos de los tres líderes más poderosos de la tierra, privó al G20 del atractivo de un mecanismo llamado a reunir a las naciones industrializadas del G7 y las emergentes con el fin de contribuir a la gobernanza global.
De pronto, como corolario insoslayable del deterioro progresivo que rige el devenir de las relaciones entre los principales protagonistas del teatro del mundo, el G20 no pudo escapar a las tendencias centrífugas y la “des-globalización”. Entre las que sobresale la creciente rivalidad estratégica entre los Estados Unidos y la República Popular China. A la vez que se exacerba la enemistad entre Washington y Moscú. Un punto que se ha profundizado aún más a partir de la invasión rusa al territorio ucraniano. El que aparece como unconflicto virtualmente interminable. A partir de reunir características típicas que eternizan las disputas geopolíticas. Las que suelen asentarse sobre causas imposibles de ser resueltas, como a menudo ocurre con aquellas que se derivan de la geografía y de la Historia.
Pero lejos de conformar un conflicto encapsulado, la guerra de Ucrania, a su vez, enfrenta a Washington y Beijing. Habiendo revitalizado la distinta interpretación que unos y otros sostienen sobre el tipo de orden mundial surgido tras el fin de la Guerra Fría. El que se asienta, sobre todo, a partir del interminable malentendido histórico derivado de la expansión de la OTAN.
Un punto que nos remite a la crisis de legitimidad que algunos de los actores del sistema atribuyen al orden mundial vigente. En el que mientras los EEUU y sus aliados parecen aferrados al mantenimiento de un orden organizado en torno a la hegemonía occidental, esa pretensión despierta resistencia en China y en Rusia. Dos potencias dotadas con distintas capacidades materiales pero poseedoras de una vocación de poder geopolítico similar. Al extremo de estar dispuestas -tal como demostró Moscú- a iniciar una política revisionista mediante una política exterior desafiante en abierta violación de la Carta de las Naciones Unidas.
Configurando un marco de relaciones triangulares que coloca a los EEUU enfrentando simultáneamente a China y a Rusia. Una política contraria a la ensayada en tiempos de la Détente, formulada bajo el precepto de que Washington debía sostener con Moscú y Beijing una mejor relación que la que éstas mantenían entre sí.
Acaso esta última cumbre del G20 exhibió las limitaciones del sistema en las actuales circunstancias históricas. En las que la falta de un entendimiento mínimo entre los grandes actores impide abordar las problemáticas comunes que a escala global se despliegan en relación a cuestiones como el terrorismo, las crisis financieras, las pandemias y la necesidad de compatibilizar la protección ambiental con la búsqueda del desarrollo.
Nobles asignaturas que difícilmente puedan ser aproximadas hasta que los grandes protagonistas del sistema no comprendan las ventajas relativas del balance de poder. El que probablemente constituya la única forma de un orden internacional capaz de otorgar ciertas dosis de estabilidad relativamente aceptables a lo largo de la Historia.
Mariano A. Caucino es especialista en política internacional. Ex embajador argentino en Costa Rica e Israel. Miembro del InterAmerican Institute for Democracy.
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