Hipocresía y (demasiado) silencio: masacres peores ocurren en lugares menos conocidos

Ricardo Israel

Por: Ricardo Israel - 20/04/2025


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No es Ucrania o el medio oriente, es un área que incorpora a Sudán y a Sudán del Sur, que alguna vez fueron parte del mismo país, con enormes cantidades de desplazados y con involucramiento internacional de varias naciones, tanto vecinos africanos como potencias. La diferencia está en el interés mediático y político.

Hablamos de guerra civil, gobiernos rivales en el mismo territorio, crisis de refugiados; además, negociaciones de paz, intentadas y fracasadas. Un video que circula de las masacres en Sudán, muestra a rebeldes ejecutando a civiles indefensos al grito de “Alá es Grande” y a combatientes del grupo FAR, rodeados de cadáveres en el suelo en el campamento Zamzam, de desplazados. Y, por cierto, las matanzas del ejército regular no son mejores. Todo con violencia sexual como algo rutinario, uno de los peores delitos en este tipo de guerra, a lo que se agrega violencia étnica y religiosa.

INFOBAE informaba el 15 de abril que “la guerra civil ha causado la muerte de decenas de miles de personas, desplazando a 13 millones y desencadenando la peor crisis humanitaria del mundo, sin un desenlace a la vista”, interés noticioso que desafortunadamente no es compartido ni imitado por mucha prensa, incluyendo que la cobertura es más bien marginal en algunos de los más conocidos, aquellos cuyas opiniones son reproducidas a través del mundo, marcando la línea editorial de otros medios, y probablemente, incluso algunas personas que habitualmente tienen interés en conflictos internacionales, sienten hoy que encentran poca información en los periódicos, plataformas y televisión que habitualmente consultan.

Por cierto, existe hipocresía en el insuficiente interés mostrado por la comunidad internacional, ya que no se observan muchas declaraciones de gobiernos o políticos, frecuentes en este tipo de crisis humanitaria, sobre todo si es calificada de una de las peores, o quizás, la peor de la actualidad. Es de tal modo cierto, que no figuran opinando en Europa lideres habituales como los primeros ministros de Irlanda o España, o dos latinoamericanos, Boric y Petro.

Quizás se debe a que son situaciones suficientemente complejas para que no luzca bien la superioridad moral, lo que también constituye un problema para que algunas ONG de derechos humanos se sientan con la atribución de poder levantar el dedo para determinar de antemano quien es culpable o inocente como tampoco quienes son los buenos y quienes los malos, como ocurre en otros casos.

Lo anterior es una realidad del mundo contemporáneo, que también se expresa en algunos casos de masiva inmigración ilegal, lo que fue notorio en la guerra civil siria, donde hubo mucho interés en el desplazamiento hacia Europa, pero muy poco en el paralelo hacia El Líbano, a pesar de que hubo periodos donde las cantidades fueron semejantes, en uno y otro caso. Hoy, el doble estándar se aprecia también en el tema de la expulsión de inmigrantes indocumentados, donde hay mucho escrutinio sobre EE. UU. lo que está muy bien, pero el doble estándar se nota en el silencio hacia otros países, toda vez que por ejemplo en el caso de Pakistán, se divulgó que ha deportado este 2023 a alrededor de un millón de afganos de regreso a los talibanes de los que huyeron, y que espera llegar a un total de 3 millones. Algo semejante se había dado con la escasa cobertura al millón de afganos que huyeron a Irán el 2021.

Mas aun, el argumento de que hay menor escrutinio de derechos humanos cuando se trata de víctimas en países musulmanes (en este caso, sunitas en los casos de Afganistán y Pakistán como también chiitas para Irán) no se sostiene, ya que tampoco hubo información o acción politica internacional para Myanmar (la ex Birmania), donde a partir de agosto de 2017, más de 750.000 rohingyas debieron huir a Bangladesh ya que sufrieron violentas acciones militares en su contra, sumándose a quienes lo habían hecho anteriormente. En este caso, hablamos de una minoría musulmana, en un país mayoritariamente budista (87,9%, según el censo de 2014).

Por lo tanto, el tema de fondo es cuan diferente es el interés, si se trata de un país desarrollado o uno subdesarrollado, una muestra de doble estándar, de hipocresía, pero al mismo tiempo, una realidad con la que hay que contar, ya que simplemente es.

Quizás no es novedad lo de Sudán y Sudán del Sur, toda vez que algo parecido ocurrió en los 90s, si comparamos la respuesta a las masacres de la guerra civil yugoslava con el intento de exterminio de población tutsi en Ruanda. En ambos casos, existió un involucramiento muy diferente de la comunidad internacional como también de los medios de comunicación globales, y no encuentro una razón por la cual se actuó en forma tan distinta también en la justicia para los responsables, que no sea que una tuvo lugar en Europa y la otra en África, lo que también se demuestra en cuanto difirió el interés de la administración Clinton en EE. UU.

En este caso africano no hay manifestaciones en las calles de Nueva York o Londres como tampoco se han paralizado algunas de las más prestigiosas universidades del mundo. Mas aun, la Corte Penal Internacional (CPI) el 4 de marzo del 2009 dictó orden de arresto contra el expresidente de Sudán Omar Hassan Ahmad al-Bashir por 5 cargos de crímenes contra la humanidad, pero nada semejante se ha hecho ahora, sobre todo, si se recuerda la rapidez con la que actuó en Gaza. También sirve de comparación que no se han visto acusaciones de Genocidio por parte de Sudáfrica ante la Corte Internacional de Justicia como tampoco hay una actividad diplomática igualmente intensa de Lula o de la Unión Europea.

Al respecto, impresiona la diferente actitud frente a este conflicto que ya ha cumplido dos años en Sudán, y que estalló en su versión actual en abril de 2023 entre las fuerzas militares del gobierno y el grupo paramilitar Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), que ahora ha declarado la formación de un gobierno rival, cuando ya 13 millones de personas han sido desplazadas.

En el caso de la vecina Sudán del Sur, las cifras muestran que han muerto más de 190.000 civiles por el conflicto y las matanzas, cantidad que es superada por los 193.000 muertos registrados por la ONU debido a hambre y/o enfermedades. En este segundo conflicto, la guerra civil se inició el 14 de diciembre de 2013 cuando una facción del Ejército de Liberación del Pueblo intentó un Golpe de Estado fallido, confrontación que también es expresión de un conflicto étnico entre dinkas y nuers, perteneciendo además los lideres a diferentes clanes y grupos socioculturales, ambos elementos de mayor importancia en África que el origen nacional.

En ambos países hay acuerdos de paz firmados y violados, pero en el día de hoy, el foco bélico de Sudan está muy activo mientras que en Sudán del Sur hay menor actividad, ya que se transita por una fase de estancamiento, a pesar de existir presencia internacional de Sudan (aunque negada), Egipto, Uganda como también presencia clandestina de Estados Unidos y de Rusia, a través del Grupo Wagner, hoy un arma de intervención de Kremlin, después de la muerte de su fundador.

Como es habitual, en ambos conflictos, tanto en Sudán como en el vecino Sudán del Sur, los adversarios declaran que combaten buscando “la paz y la unidad” pretendiendo un “futuro viable” como también “entregar buenos servicios de educación, salud y justicia”, a pesar de que lo logrado, ha sido más bien convertir a ciudades en campos de batalla, cadáveres en las calles y población civil huyendo, sin agua, medicamentos o comida.

Es en este sentido que Filippo Grande, el responsable de la ONU para los refugiados se refirió al caso preciso de Sudán como una situación que sufre la “indiferencia del mundo” y en la reciente reunión en Londres de países africanos (más bien del este del continente) y europeos hubo de los segundos compromisos por 900 millones de dólares, meta que generalmente no ha sido cumplida en ocasiones similares en el pasado, además que en este caso, ninguna de las partes en guerra asistió al encuentro, lo que contribuye al pesimismo, toda vez que desde al menos la Guerra Civil de Nigeria-Biafra en los 60s y la Guerra de Ogadén entre Etiopía y Somalia en los 70s, las guerras africanas han usado como arma bélica al hambre.

En Sudán se desconoce el número exacto de muertos, utilizándose estimaciones, además, el sistema sanitario ha colapsado totalmente, aumentando los sufrimientos de la población civil, no existiendo el equivalente al escrutinio periodístico de Gaza o un organismo especifico como es allá la UNRWA, la Agencia de las Naciones Unidas para la Asistencia y Protección de los Refugiados Palestinos. Las estimaciones más utilizadas provienen de especialistas estadounidenses, y la cantidad se cifra en 150.000 fallecidos en esta última ronda de violencia, iniciada el 2013.

La situación se agrava, ya que ambos bandos atacan a civiles y bloquean la ayuda, por lo que la seguridad alimentaria afecta a alrededor (de nuevo, estimaciones) de 25 millones de personas, por lo que usando como referencia lo que se sabe de otros conflictos en África, unos 8 millones debieran estar en riesgo de hambruna. Por último, en lo que a la infancia se refiere, esta vez se cuenta con cifras de la UNICEF, por lo que, en los años 2023 y 2024, la mutilación de niños alcanzó a 2.776, cifra que responde a registros oficiales, por lo que la cifra real debiera ser mayor, toda vez que esa institución tiene presencia más en las ciudades que en zonas rurales.

A diferencia de Sudán del Sur, la actual guerra civil sudanesa se inició el 15 de abril de 2023 cuando en la República de Sudán estallaron combates entre las Fuerzas Armadas de Sudán (FAS) del Estado y las paramilitares Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR). La guerra sigue en curso, y en lo internacional, hay participación de Egipto, Rusia a través del Grupo Wagner, Emiratos Árabes Unidos, mercenarios de distintos países, incluyendo Colombia, e incluso Ucrania ha reconocido participación, ya que dicen que deben preocuparse de Rusia, quien obtendría vía Grupo Wagner ingresos mineros que ayudarían a financiar la invasión.

Las FAR se originan a principios del siglo XXI en la región de Darfur, que es un antecedente que explica no solo la situación de Sudán sino también de Sudán del Sur, ya que en esa región se dio una combinación de tensiones raciales y étnicas, como también importantes conflictos por la tierra y el agua. Fue allí donde en el 2003 estalló una rebelión contra el dictador Omar al-Bashir, cuya represión condujo a que fuera acusado de crímenes de guerra y genocidio, debido a la persecución de la minoría cristiana y negra por parte de un gobierno que quiso islamizarla y arabizarla a la fuerza, incluyendo la aplicación de la ley religiosa conocida como sharía.

El año 2004, el entonces secretario de Estado estadounidense Colin Powell calificó como genocidio la campaña militar de exterminio que impulsaron las milicias Janjaweed contra las tribus no árabes que resistían la islamización promovida por al- Bashir en Darfur, y los 7000 soldados enviados ese 2004 por la Unión Africana no disuadieron sus ataques como tampoco lo hicieron las 8000 del contingente de las Naciones Unidas que llegaron a reforzarlo. En definitiva, la fuerza combinada ascendió a más de 22.000 efectivos sin que la actividad de los Janjaweed se interrumpiera, agregando otro fracaso al largo listado auspiciado por el Consejo de Seguridad.

Sin Darfur es casi imposible entender lo que ocurrió a continuación, incluyendo la guerra civil de Sudán y la posterior independencia de la región que se convirtió en Sudán del Sur, a partir del 9 de julio de 2011, tras un referéndum en enero de ese año donde el 98,8% de los votantes habrían apoyado la separación, con lo que el país quedó definitivamente dividido en dos entes nacionales, un norte musulmán y panárabe y un sur, tradicionalista, cristiano y animista, cada uno a la vez con sus propios conflictos futuros que alimentaria las respectivas guerras civiles.

En Darfur el conflicto militar fue a la vez étnico, social y religioso, entre los Yanyauid o Janjaweed, milicianos de las tribus baggara de los abbala quienes eran fundamentalmente comerciantes y criadores árabes de camellos y la población no árabe de raza negra y religión tanto cristiana como animista, no baggaras, quienes eran principalmente agricultores. A su vez, la milicia árabe de los Janjaweed había tenido su origen en la prolongada guerra civil que azotó al vecino país de Chad, a su vez con fuerte intervención en sus inicios y desarrollo de la Libia de Muamar el Gadafi.

Al respecto, siempre me llamó la atención el relativo silencio de las ONG de Derechos Humanos, de la prensa internacional y de muchas iglesias cristianas y del Vaticano por el intento de limpieza religiosa contra estas tribus cristianas y negras, que hizo recordar la persecución religiosa del islam político contra la influencia cristiana, que en el norte de África y en el medio oriente antecedió en siglos a la invasión musulmana y arábiga de esos territorios, a partir del siglo séptimo de la era común, posterior a Jesús.

La fase inicial del conflicto dejó aproximadamente 300.000 muertos y 2,7 millones fueron desplazados por la fuerza, y aunque la violencia disminuyó en los años que se intentaron soluciones políticas como la división territorial, nunca se logró la paz efectiva, ya que por ejemplo, fue el propio al-Bashir quien anunció el año 2013 que los milicianos Janjaweed que habían sido utilizados para perseguir a la población y tribus no árabes serían reorganizadas para convertirse en las Fuerzas de Apoyo Rápido, exactamente las milicias que hoy son los rivales de las fuerzas armadas gubernamentales, por lo que no debiera extrañar que al final Omar al Bashir presidiera sobre un conflicto que no solo resultó en la sucesión de Sudán del Sur sino también en un golpe de estado que lo derrocó el 2019, por lo que bajo diversos títulos, fue jefe de Estado, desde 1989, nada menos. Después de su intento de República Islámica, su reemplazo fue un Consejo Militar de Transición que a su vez fue sustituido como la máxima autoridad del Estado por un Consejo de Soberanía de 11 miembros.

Omar al-Bashir fue encarcelado por múltiples acusaciones de corrupción, y el 11 de febrero de 2020 el consejo militar gobernante decidió entregarlo a la CPI en La Haya para enfrentar cargos por los crímenes cometidos en Darfur. Por su parte, en medio de una crisis económica, los militares decidieron entregar el gobierno a civiles, con una declaración formal que se haría en abril del 2023, lo que no ocurrió por tensiones entre los lideres militares, donde un tema no menor y que explica que todo esté encadenado con lo que hoy se vive, fue en cuanto tiempo se integraba a las FAR a la estructura formal de las fuerzas armadas, lo que al no resolverse, explica que se mantenga la guerra civil y que no haya funcionado el intento de transición democrática.

Para hacerlo todo más complicado, fueron esas mismas FAR las que reprimieron a los manifestantes a favor de la democracia, en la masacre que tuvo lugar en la capital Jartum, el 3 de junio del 2019. Y en abril de 2023, en vez de una transición a un verdadero gobierno civil, las disputas por el poder aumentaron entre el gobierno y los lideres de la organización Fuerza de Apoyo Rápido-FAR, de tal modo que una guerra civil que había empezado con batallas callejeras continuó con tanques y aviones con tal virulencia que cinco millones de personas fueron desplazadas internamente, a lo que hay que agregar más de un millón que huyeron como refugiados.

Esta complicada y resumida historia muestra que como en otros conflictos de África, se vinculan fuertemente situaciones y regiones, unas con otras, ya que los Estados modernos creados por el colonialismo tienen muchas fronteras artificiales, como también tribus amigas fueron separadas y enemigos terminaron conviviendo en el mismo territorio.

¿Enredado? Si, pero no más ni menos que otros conflictos africanos. Al respecto, por cierto, en ese resultado existió responsabilidad del colonialismo europeo, sobre todo el inglés, y en menor medida, el francés. Sin embargo, seguir echándole la culpa a esos imperios, sobre todo, la mayor que le corresponde al británico en esa parte del continente es abusivo y hasta absurdo, por el tiempo que ha transcurrido.

Aquello para lo que no hay justificación, es la actual hipocresía, silencio y doble estándar internacional frente al sufrimiento humanitario en esa parte del mundo.

@israelzipper

-Máster y PhD en Ciencia Politica (U. de Essex), Licenciado en Derecho (U. de Barcelona), Abogado (U. de Chile), excandidato presidencial (Chile, 2013)


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