Chile, cinco años después

Ricardo Israel

Por: Ricardo Israel - 21/10/2024


Compartir:     Share in whatsapp

El 18 de octubre de 2019 una violencia inesperada se hizo presente en Chile. Días antes habían aparecido protestas estudiantiles que utilizaban el alza del transporte público como pretexto, sin embargo, lo que se vivió a partir de esa fecha sacudió al país, toda vez que su nivel fue tal que el gobierno no pudo contenerla, la policía fue sobrepasada y todo indica que las Fuerzas Armadas no quisieron intervenir, aparentemente porque el gobierno no pudo o no quiso modificar la legislación vigente, y sin ello, quizás hubiesen terminado con los militares desfilando en los tribunales. Sobre todo, se demostró que la carencia de un servicio de inteligencia, digno de ese nombre, hizo que el país estuviera mal preparado para una situación de este tipo.

Hoy sabemos que incluso pudo haber sido peor, ya que solo la acción de Carabineros evitó que se tomaran La Moneda, sede del gobierno, que por su simbolismo pudo haber tenido efectos imprevisibles para la democracia.

Los chilenos agregaron una nueva palabra a su cotidianeidad, “octubrismo”, para referirse a la ocupación de las calles en ese mes por una alianza de hecho entre ultras, anarquistas, barras bravas del futbol, lumpen, delincuencia común y soldados del narcotráfico, siendo muy fuerte la presencia de estos últimos en los ataques a recintos policiales como también en poblaciones por ellos ocupadas, demostrando así su poder de fuego y presencia territorial.

Fue un antes y después para Chile. Efectos visibles fueron que el gobierno de derecha, electo por la mayoría, se sumergió en la irrelevancia, el centro político que había gobernado en alianza la mayor parte de la transición a la democracia desapareció como alternativa hasta el día de hoy, y adquirieron una importancia que no habían tenido antes, aquellos que en la izquierda y la derecha se llamaban a sí mismos, herederos de Allende y de Pinochet, respectivamente. El consenso que la centroizquierda y la centroderecha buscaron durante 3 décadas y que le entregaron al país algunos de los años más exitosos de su historia, fue reemplazado por la polarización, tanto que la siguiente elección presidencial fue ganada por Gabriel Boric, el presidente más joven y más votado de la historia, con la promesa de cambiarlo todo, ya que convenció a una gran cantidad de electores con la falsedad, que contrario a toda evidencia, en Chile nada bueno se había hecho en esos 30 años. Es decir, la narrativa se impuso a los hechos.

En otras palabras, desafortunadamente la violencia había servido como “partera de la historia” en el decir de Carlos Marx, y el país ingresaba a un periodo experimental de cambio profundo, con dos intentos fracasados de transformación constitucional, y, sobre todo, con la aceptación de la violencia, el país corrió las fronteras de lo posible y lo aceptable.

Chile descubrió que la supuesta “excepcionalidad” del país no era cierta, sino al menos discutible, habiendo traído más problemas que beneficios. La afirmación que las instituciones eran fuertes y siempre funcionaban, era tan solo el equivalente del siglo XXI a aquellas generaciones anteriores que erraron al afirmar el siglo XX, que en Chile no habían golpes de Estado.

En lo personal, debo reconocer con toda humildad que no conocía a mi país tan bien como pensaba, deuda que he intentado reparar en un libro de próxima aparición, que intenta entender lo que tuvo lugar como también los dos procesos fracasados de nueva constitución. La verdad es que me sorprendieron tanto como el nivel de violencia y destrucción. Mas aun, el apoyo y aceptación de esa violencia, desde entonces ha sido parte del paisaje cotidiano para muchos, con consecuencias tales como la delincuencia desatada y la inseguridad como factor primordial de queja ciudadana, igual a lo que ha tenido lugar en otros países, otra prueba de que no existe tal “excepcionalidad”.

La verdad es que todavía me cuesta asimilar que gente que conocía y valoraba, no tenía palabras de condena para los violentistas, y muchas, demasiadas, para Carabineros, que casi en forma solitaria intentaba controlar el orden público, con los excesos que trae consigo enfrentar a turbas organizadas, sin el armamento y apoyo adecuado por parte de autoridades y del mundo político. Y más allá de los excesos conocidos, las instituciones policiales debieron además enfrentar la abierta hostilidad de algunos fiscales y jueces con ánimo más persecutorio que de justicia.

El gobierno de Piñera solo buscó sobrevivir, no hizo uso de todas sus facultades legales, seguramente para evitar mayor cantidad de denuncias nacionales e internacionales de lo que no era verdad, “la violación de derechos humanos”, en un país sensibilizado en este tema por las consecuencias de la dictadura de Pinochet y sus más de 3000 víctimas entre muertos y desaparecidos entre 1973 y 1990.

Piñera y su gobierno colaboraron con la inestabilidad al ofrecer lo que nadie le había solicitado, una nueva constitución, sin haber claridad de porque lo hizo, quizás tan solo para poder terminar su gobierno. No fue el único, la hoy desaparecida Concertación no defendió su mejor creación, el Chile de los grandes acuerdos, el Chile en democracia que entregó buenos índices de reducción de la pobreza, y junto a la centroderecha, desarrollo económico y progreso social, internacionalmente reconocidos. Y como mantuvo la politica económica e internacionalización que el país había seguido desde la década del 70, logró tener los mejores indicadores de América Latina.

Por su parte, para el Partido Comunista, el Frente Amplio y en general, la izquierda radical, fue un periodo de aceleración de la historia, donde hubo gestos tan vergonzosos para la democracia, como que la primera línea de la violencia fuera recibida con honores en el Congreso Nacional.

Tampoco fueron los únicos, ya que los medios, sobre todo, la TV aplaudió la violencia que parecía alumbrar un nuevo Chile, tal como alguna vez también se respaldó la violación de derechos humanos en dictadura. No solo eran comunicadores, actores y actrices, sino que la mayor responsabilidad recaía en empresas que tenían directores, ejecutivos y propietarios, incluyendo empresas televisivas, como aquellas donde la propiedad era de familias muy ricas, donde se aplaudió la destrucción de las fuentes de trabajo de muchos chilenos humildes como también de la propiedad de pequeños empresarios.

Sin exagerar, lo que ocurrió puso en peligro a la democracia, y no menciono lo que ha aparecido en la prensa sobre intervención de otros países, por la sencilla razón que no lo hago ya que no dispongo de evidencia, que más allá de declaraciones, hubiese habido participación formal de otras naciones. En todo caso, hasta el momento, el Estado chileno ha fracasado en investigar que ocurrió, toda vez que ni siquiera se sabe quién incendio el metro de Santiago, sin que parezca que haya existido voluntad politica como tampoco entre fiscales, jueces y las propias policías. Hay todavía un velo de misterio sobre el origen de la violencia lo que ha alimentado especulaciones de todo tipo, hasta el momento sin respaldo.

Sin embargo, quizás el logro más destacado de Chile no fue solo haber superado esta violencia, sino también dos procesos constitucionales, demostrando que lo que verdaderamente distingue a Chile en el concierto de naciones, es la capacidad de darle ropaje jurídico al conflicto político, como forma de evitar que la violencia sea la forma predominante de resolución. La propuesta del primer proceso llamado “Convención”, fue rechazado por el electorado en el referéndum convocado con ese propósito. Esa nueva constitución había sido redactada por una mayoría de constituyentes de izquierda, electos, quienes propusieron una muy radical transformación del Chile construido desde 1810, con una modificación total del Estado, la sociedad y la economía del país, una propuesta que en su visión extrema solo era comparable con su contrario, la propuesta de 1980 de Pinochet, que también quiso alterar en sentido opuesto, el tipo de país que Chile había construido desde su independencia.

Los mismos electores reaccionaron y con un sorprendente 62% rechazaron el 2022 la propuesta de refundación de Chile, lo que no fue obra de los partidos políticos sino de chilenos comunes y corrientes, que resistieron una inmensa oferta de “derechos” garantizados y no financiados, que han hundido y desilusionado a varios países de la región. A diferencia de la propuesta donde la izquierda radical quiso cambiarlo todo, el segundo intento fue de signo contrario, donde una mayoría de constituyentes de derecha, no quisieron cambiar (casi) nada, también fue rechazado por el electorado en el referéndum respectivo, y por un claro 55% en contra, en diciembre de 2023, contando ambos con altos niveles de participación. Fue un giro completo, uno de 360 grados, ya que después de dos intentos se volvió al punto de origen en el tema constitucional, con la mantención de la vieja constitución.

Chile ha estado en una verdadera lotería electoral desde el 2019, ya que distintas elecciones han producido resultados diferentes, a veces exactamente el opuesto entre uno y otro. Es así como en vez de oír la voz de las urnas y de este contundente 62%, los partidos llegaron a un acuerdo que iba en sentido contrario a la legalidad vigente, que disponía que correspondía que la responsabilidad recayera en su totalidad en el Congreso, además uno recién electo el 2021 junto con el actual presidente.

Sin embargo, mayorías políticas que incluían a la derecha, la ex Concertación y el Frente Amplio gubernamental, dieron origen a una entelequia, ya que, en vez de asumir su responsabilidad en el Congreso, esas fuerzas se pusieron de acuerdo en la elección de 50 constituyentes, solo en listas partidistas, quienes no tendrían verdadero poder, toda vez que estaban amarrados a una propuesta que los limitaba, redactada por un comité de “expertos”, previamente designados por los partidos.

En otras palabras, Chile fue esta vez testigo de una desviación del ideal democrático, conocida desde la antigüedad como “partidocracia”, es decir, que el elector soberano es reemplazado por dirigencias partidistas. Y como espejo invertido de la izquierda radical, esta vez fue la derecha cercana a la herencia de Pinochet la que fue favorecida, debido a que sus constituyentes recibieron votación mayoritaria en las elecciones.

Sin embargo, esta derecha se equivocó, ya que quizás pensó que esta vez la “constitución de Pinochet” podía ser reemplazada por una parecida, pero ahora, redactada y aprobada en democracia, olvidando que había sido reformada de tal forma, que las firmas que llevaban eran desde el 2005, eran las del presidente Lagos y sus ministros. Por lo tanto, esta derecha cometió el mismo error de la izquierda radical, ya que en vez de hacer una propuesta donde el contenido representara al país y a su historia, propusieron un documento que reflejaba un cierto programa de gobierno, y donde la vez anterior se quiso cambiar todo, ahora no se quiso cambiar (casi) nada, mirando más hacia el pasado que hacia el futuro.

Estos dos procesos constitucionales hicieron perder al país 4 años, además del cambio cultural que trajo consigo la aceptación de la violencia. En orden de importancia destaca el primer plebiscito, el del rechazo a la constitución refundacional, ya que ese fracaso consolidó el modelo de desarrollo que estaba siguiendo Chile, además de prácticamente dejar sin programa revolucionario al gobierno de Boric, quien se jugó de tal modo por la propuesta de la Convención, que ha sido desde entonces un gobierno de administración, ya que hoy no hay ningún apetito por un cambio como el que propuso para ser electo.

Por el contrario, hoy todo indica que los chilenos vienen de regreso de las ilusiones que estuvieron a punto de llevar al país al despeñadero. Es así como una mayoría hoy piensa que todo lo que ocurrió a partir del estallido del 18 de octubre fue para peor. Hoy, hay crisis de seguridad, fuga de capitales, caída en la inversión, deterioro educacional y un largo etcétera que hacen de Chile un país menos atractivo de lo que era, incluyendo la desilusión con fuerzas políticas que hicieron de la superioridad moral y la crítica injusta al pasado la base argumental de su camino al poder, para caer rápidamente en la corrupción, el amiguismo, y sobre todo, un conjunto de decisiones que demostraban por su origen estudiantil, ser más un grupo de alumnos en práctica más que una coalición preparada para gobernar.

Chile pareciera también haber despertado de un sopor de auto flagelación, que no reconoció las ventajas que tuvo la democracia de los acuerdos en la estabilidad y progreso social que disfrutó en años anteriores, por lo que quizás esta revalorización, podría ayudar a superar el relato de destrucción para lograr un gran Pacto, esta vez no para la transición, sino para lo que ningún país ha logrado en América Latina, tanto el desarrollo económico como una democracia de calidad, con reformas que permitan por fin construir la “casa de todos” y no solo de algunos.

Como prerrequisito o al menos en forma paralela, se necesita conocer todo lo que rodeó el estallido y los procesos constitucionales, incluyendo lo que motivó la oferta de Piñera de una nueva constitución, toda vez que hay demasiadas cosas que los chilenos ignoran, partiendo por quien estuvo detrás de los hechos de violencia de octubre, y aunque hay algunos a los que no les conviene la verdad, solo esta permitirá dar vuelta la página, incluyendo la respuesta de si hubo o no participación de gobiernos extranjeros.

La verdad es que aunque ha cambiado fuertemente la opinión de los chilenos del estallido del 18 de octubre, hoy, negativa, y que los votantes solucionaron por amplia mayoría los problemas creados por la convocatoria a dos procesos constituyentes fracasados, también es cierto, que hay algo pendiente, toda vez que al mismo tiempo que había violencia y destrucción en las calles, el día 25 de octubre de 2019, sobre un millón de personas se manifestaron pacíficamente, la más numerosa que se haya conocido, y allí se plantearon deudas de la democracia, que incluían la desigualdad como también salud y educación de insuficiente calidad, que se mantienen plenamente vigentes, donde el llamado no era a un cambio radical de derecha o izquierda, sino a un proceso continuo de superación, para tener un mejor país y una mejor sociedad. Y con el gobierno de Boric, hoy esos problemas no solo no se han solucionado, sino que todos y cada uno de ellos, se ha agravado.

Eso -a no olvidarlo-se mantiene vigente, y su solución puede ser la base de un nuevo Pacto, de un Acuerdo Nacional para llegar al desarrollo y para tener una mejor democracia, una que nos permita sentirnos orgullosos de ella.

Por ahora, a falta de ello todo sigue sin una perspectiva de misión y de unidad. Es así como el 26 y 27 de este mes de octubre hay elecciones locales, que incluyen regiones (gobernadores) y municipios (alcaldes y concejales), y contrario a lo que indica la sensación de crisis, sin ganar, el gobierno puede tener un resultado mejor de lo esperado, ya que parecido a la elección de Petro en Colombia, la oposición las enfrenta más dividida que el oficialismo. Dependiendo de los resultados, inmediatamente después, el país entra en modo presidencial, y evidencia del (mal) momento del gobierno, es que al día de hoy no solo no tienen un buen candidato, sino que quien encabeza las preferencias de la izquierda es la ex presidenta Bachelet, que aparentemente no desea competir, ya que entre otras razones, podría figurar como candidata para la Secretaria General de las Naciones Unidas, aunque sus posibilidades disminuyeron con las críticas que recibió su desempeño como Alta Comisionada para los Derechos Humanos (ACNUDH).

Son, en todo caso, comicios donde la derecha tiene las mejores posibilidades, que es otra indicación del mal desempeño del gobierno, aunque tiene un historial de desperdiciar buenas oportunidades, tanto por falta de propuestas como por desaprovecharlas, gastando energías y recursos en la lucha fratricida entre distintas facciones de ese sector político, más que utilizarlas contra adversarios, e incluso Boric podría tener una nueva oportunidad, ya que por edad y teniendo un respaldo de +o- 1/3 el que podría ser base para una nueva y futura candidatura, cuyo éxito o fracaso también dependerá de si Chile ha logrado superar el octubrismo.

Al respecto, creo que la respuesta, al igual que se logre modificar la actitud de ese electorado cuya opinión cambia en forma brusca, desilusionándose con rapidez, dependerá que alguna coalición politica ofrezca un programa que vaya más allá de las promesas, y que haga lo que no supo hacer la Concertación, es decir, reinventarse, que a mi juicio sería ofrecer un gran proyecto a ser seguido por varios gobiernos, tal como ocurrió en la transición chilena, y que en la nueva coyuntura seria recuperar la democracia de los acuerdos y buscar como meta, tanto el desarrollo económico como en lo político, una democracia de calidad, lo que Chile parecía ir en camino de lograrlo, y que por el contrario, tanto la violencia como la idea de refundación, pudieron haber enterrado por muchos años.

Chile parece venir de regreso. Ojalá pueda aprovechar el impulso.


«Las opiniones aquí publicadas son responsabilidad absoluta de su autor».